Trasfondos Vampiro: Fred, el detective.

Birmingham, Alabama, Estados Unidos, 13 de Marzo de 1934.

El joven miraba hacia el cielo con los ojos vacíos. Había algo inquietante en ver cómo la muerte mantenía su cara de asombro, sus ojos abiertos, ajenos a la lluvia que los golpeaba. El detective Fred L. McCoy se inclinó sobre el cadáver para examinarlo.

“Varón, veintiuno o veintidós años ― garabateó rápidamente en la libreta, consultaría notas y datos más tarde ―. Aviso producido hace una hora. Marcas en el cuello. Laceraciones uniformes, causadas tal vez por cuerdas. No hay heridas defensivas. El cuerpo está frío.”

― ¿Qué pasa, McCoy? ― le preguntó otro agente, echando un vistazo a su libreta por encima de su hombro ―. ¿Crees que ha sido un zombi?

― No ― respondió Fred con calma ―. Un zombi hubiera destrozado el cuerpo, y luego él se había levantado de nuevo, y sólo habría una mancha de sangre. Esto ha sido un vampiro. Un Lasombra, supongo, que lo ha atrapado con tentáculos de oscuridad y luego lo ha consumido. Me imagino que es un fugitivo y lo están persiguiendo, primero porque esto es territorio de la camarilla, y segundo porque un Lasombra nunca sería tan estúpido de dejar una prueba tan evidente así como así.

El otro agente soltó una carcajada y luego se volvió a sus compañeros, que también lo habían oído, y se rieron con él, aunque algunos lo hicieron con más inquietud que hilaridad. Conocían a Fred desde hacía mucho, y sabían que, al menos en casos normales, siempre acertaba. Tal vez comenzaban a plantearse si, cuando hablaba con tanta convicción de los casos no-tan-normales, también estaba acertando.

El comisario debió de observar todo esto, porque se acercó a Fred y le puso la mano en el hombro.

― Fred ― le dijo suavemente ―, estás asustando a los chicos otra vez. ¿Puedes decirme con total seguridad que es una de estas cosas… estas cosas tuyas? Quiero decir, si lo es, bueno, ya sabes, tenemos un acuerdo.

― Sí, comisario ― Fred suspiró ―me voy a casa, finjo que no sé lo que está ocurriendo realmente, y ustedes encuentran algún chivo expiatorio.

― McCoy. ―Esta vez, el comisario no fue tan suave.

― Señor. ― Fred se levantó, se guardó la libreta y salió de la escena del crimen.

Tardó sus buenos cincuenta minutos largos en llegar a casa, desde aquella oscura y apartada zona del parque Marconi donde habían llamado a la policía al oír los gritos hasta su modesta casa en la décima avenida oeste, ya que no tenía dinero para pagar un taxi. Llegó allí, abrió la puerta, se echó un buen lingotazo de whiskey barato en una copa y se sentó en su sillón favorito, a escuchar la radio.

― Hola ― dijo una profunda voz tras él.

Fred se dio la vuelta rápidamente, casi por instinto. Rodó por el suelo y se quedó medio arrodillado, medio de pie, apuntando al extraño con la pistola de emergencias que siempre guardaba bajo el cojín de su sillón.

― ¿Quién eres? ¿Qué quieres?

El hombre que tenía frente a él quedaba algo oculto por las sombras del salón. Podía entreverse una vestimenta pobre: una camisa blanca sucia, de manga corta, unos pantalones marrones y unos tirantes grises. Llevaba unas botas negras sucias, con la suela gastada por el uso. Pero lo que más llamó la atención a Fred del desconocido es que era negro como el carbón.

― Puedes llamarme Señor Cotton ― indicó el negro, suavemente. El tono de su voz dejaba claro que tenía el control de la situación, sin lugar a dudas, tanto como su postura: inclinado sobre la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho y una media sonrisa en sus anchos labios. Una sonrisa que dejaba ver unos dientes blancos, bien alineados, y muy afilados.

― ¿Ventrue? ― Fred guardó su pistola en el bolsillo, y se puso de pie. Las balas que no fueran de plata no hacían daño a un vampiro, e incluso si las hubiera tenido, el desconocido podía matarlo antes de que el pensamiento de disparar recorriera medio camino de su cerebro a la mano que sujetaba la pistola ― tengo entendido que la ciudad es Ventrue.

La media sonrisa se convirtió en una carcajada casi gutural.

― Tienes huevos, mortal, y los tienes bien puestos ―dijo entonces Cotton―. Déjame hacer un recuento: te llamas Frederick Lewis McCoy, tienes veintisiete años, y eres hijo de Lewis y Annette McCoy. Naciste en una granja a unas treinta millas de aquí, en tierras que han pertenecido a tu familia durante generaciones, pero tras las caída de la bolsa en el 29, tuviste que venir a la gran ciudad en busca de trabajo. Eres un tipo listo, y tienes madera de poli, así que conseguiste el puesto de detective rápidamente. Pero no has perdido tus raíces, y todos los meses mandas un poco de dinero a casa para ayudar a tus viejos, y los visitas todas las navidades y en Acción de Gracias. ¿Me equivoco?

― Completamente ― repuso Fred, sin titubear ―. Fred es mi compañero. Me llamo Herbert Collins y he vivido aquí toda mi vida. Mi padre se llama Angus y mi madre Olivia. Ellos son de Minnesota.

Cotton le dirigió una mirada seria que se prolongó durante varios segundos, hasta el punto en el que Fred estuvo convencido de que lo iba a matar. Luego, volvió a hablar, pero esta vez su tono de voz era distinto. Más imperativo.

― Dime la verdad ― dijo ―. ¿Cómo te llamas?

Un fuego estalló dentro de la cabeza de Fred. Se sentía obligado, compelido profundamente por aquella voz. Y, sin embargo, encontró fuerzas para resistirse al impulso externo de obedecer, a pesar de que las piernas le fallaron, y cayó de rodillas. Respondió con dificultad, con la frente perlada de sudor y sintiendo la cabeza a punto de estallar, como si la tuviese repleta de agujas.

― Herbert… Collins… Nací… Aquí…

― Impresionante ― dijo Cotton ―. Muy impresionante. Pero ya sé que eres McCoy. Esta es tu casa, y te he vigilado durante días ―sacudió la cabeza ―. Pretendía intimidarte, pero parece que no se me da tan bien como recordaba. Me acuerdo de aquellos chiquillos de Set que me atacaron en 1870. Colega, no he visto correr a nadie tanto en mi vida. Claro que en esos años todos estaban como locos con el deporte y la vida sana y…

Mientras Cotton divagaba, repentinamente ajeno a Fred, el detective respiró hondo, contó hasta tres para calmarse y, con toda la velocidad que fue capaz de reunir, corrió hacia la entrada, agarró una de las estacas que tenía por si alguna vez algo así le ocurría a él, y se dio la vuelta dispuesto a plantar cara.

Pero en la habitación ya no había nadie.

Un ruido leve a su espalda le alertó, pero ya era demasiado tarde. Para cuando se pudo voltear, el vampiro le había agarrado la mano de la estaca y el cuello al mismo tiempo, y lo tenía inmovilizado.

― … Así que me mudé a una casa más grande, y eso solucionó el problema de las ratas ― decía, sin cambiar de tono, como si no acabase de volverse invisible, y estuviese relatando una historia como un abuelo se la cuenta a sus nietos ―. En cuanto a los negreros, hice un par de llamadas y se los llevaron detenidos por prostitución ilegal. No sé si el alcalde encontró lo que buscaba, pero yo desde luego me quedé con los nabos. Pero me parece que me he ido un poco del tema otra vez, como me pasó en Glasgow cuando… Ah, que le den.

Fred sintió unos colmillos cerrarse en torno a su cuello. Después, oscuridad.


Fred despertó.

Esa fue su primera sorpresa. La segunda era que estaba atado en una mesa, con los brazos y las piernas extendidas. Pensó que tal vez iban a investigar con él.

Y entonces vinieron los recuerdos.

Fred gritó como no había gritado jamás, convulsionándose y retorciéndose. Pero las ataduras aguantaron firmes, y fue incapaz de moverse demasiado. La agonía duró un millar de siglos, pero sólo transcurrieron dos minutos desde que despertó hasta que fue capaz de calmarse y mirar alrededor. Se dio cuenta de que ya no sentía cansancio, ni frío, ni calor, ni hambre. Sólo sed. Pero esa sed era tan fuerte que podría haberle barrido del mapa sin dificultad.

Se encontraba en un sótano de una casa, con un montón de armarios con libros viejos a su alrededor. No podía ver el suelo, pero olía un centenar de cosas distintas. Junto a él, sentado en una silla, estaba Cotton. Pero era distinto, más grande, más imponente. Su mera presencia bastaba para intimidar a Fred. Había leído sobre ello, y pudo hacerse una idea de lo que acababa de ocurrir.

― ¿Por qué me has convertido? ― preguntó, con un hilo de voz.

― ¿Cómo no convertirte? Estoy aquí persiguiendo a una Lasombra fugitiva. ¿Dónde dirías que se esconde?

Fred reflexionó.

― En torno al cruce entre la 11 y la 24. Los edificios son adecuados, y tiene unos cuantos parques cercanos donde cazar corredores.

― ¡Bam! En toda la cabeza ― Cotton aplaudió una vez ―. Abandonó un refugio en esa zona dos días antes de que lo encontrara. Me llevó días deducir una cosa así, colega, pero tú… Tú tienes instinto. Hace mucho tiempo que no veía a nadie con tanta capacidad. Te diré lo que vamos a hacer. Yo te voy a enseñar lo que sé, y tú me vas a ayudar con lo que sabes. Vamos a cazar a esa tía, y luego vamos a cazar a un par de fugitivos más, y entonces me ganaré el favor del príncipe de la ciudad más importante en tres estados a la redonda, y él me hará sheriff.

― ¿La ciudad más importante? ¿Dallas?

― Tienes que dejar de pensar en términos mortales, colega. La ciudad de la que te estoy hablando es uno de los centros políticos más importantes del país, Virginia Lake.

― Nunca he oído hablar de esa ciudad.

Cotton sonrió tanto que Fred pudo verle las encías.

― Por supuesto que no.





Dallas, Tejas, Estados Unidos, 16 de Octubre de 1940.

Marie abrió la puerta y se deslizó, más que caminar, sobre el suelo del piso franco. Llevaba ya demasiado tiempo en esa casa, y tenía que salir de allí cuanto antes. Sabía que ese par ― los primeros años sólo era uno, pero había encontrado un compañero, por lo visto ― la estaba persiguiendo, y sabía que se estaban acercando. No quería hacer como en Birmingham, donde estuvieron a punto de cazarla, y tuvo que dejar un excitante aunque patéticamente poco inspirado reguero de sangre entre informadores y testigos. O como en aquel pueblecito en las montañas, casi al principio, cuando tuvo que pelear con ese negro enorme. Odiaba pelear. Sabía que a su maestro le encantaba una buena pelea, pero ella prefería matar de forma rápida e imaginativa a personas que no estuviesen alerta.

Se dirigió al salón. De todos modos, casi estaba todo terminado, y, aunque la pillaran, tampoco significaría mucho. La maquinaria estaba en marcha, y acabaría haciendo efecto aunque tardara cien años. Esos patéticos representantes de la camarilla no sabían lo que se les venía encima.

― ¿Alguna vez te han disparado con una bala de plata?

Marie se giró como un resorte. La voz procedía de una esquina del salón, conectando con la cocina, que quedaba ligeramente a oscuras a la hora apropiada. Además, no había luna, con lo que Marie no podía ver bien la cara del desconocido. Pero sí veía su pistola, un revólver viejo, apuntándole directamente al corazón.

― Es como la luz solar, o el fuego, pero peor en cierto sentido― decía él ―. Puedes escapar del sol, y puedes apagar el fuego, pero la bala está dentro de ti. Mordiéndote, arañándote los intestinos. Puedes notarla devorar tu cuerpo cuando se divide en un millón de fragmentos y se distribuye por tu organismo. El dolor es tan insoportable que quieres abrirte un agujero y sacarte la bala, pero no puedes, porque ya se ha introducido tanto en ti que se ha convertido en una parte de ti, como si fuera otra maldición que se suma al hecho de estar muerto. Quieres salir corriendo y acurrucarte en un rincón, pero el dolor te sigue… Y lo único que hace… Es aumentar…

― Eres todo un poeta, pero también un estúpido. No deberías ocultarte en la oscuridad cuando te enfrentas a un Lasombra.

Marie llamó a su poder, y la oscuridad tomo forma a su orden. Cuatro tentáculos, gruesos como el brazo de un hombre robusto, se formaron en torno al sujeto, tan rápidamente que lo desarmaron y lo apresaron, comenzando a estrangularle antes siquiera de que pudiera pensar en apretar el gatillo. Marie tomó el arma, luego miró a su inquilino. Era un hombre de mediana edad, con la cara monótona, mal afeitado, que estaba fumando un cigarrillo justo un momento antes. Obviamente por la fuerza de la costumbre, porque aquél era un vampiro, y la muerte se lleva cualquier adicción.

― Seguramente estás recién convertido. Me ha gustado tu discurso, tendrías algo de potencial si no estuvieras a punto de morir. ¿Cómo te llamas, chico? ― le dejó coger algo de aire para que pudiera responder.

El desconocido la miró directamente a los ojos, sin vacilar, y contestó con voz firme.

― Me llamo Fred, y ghkkkk ―los oscuros tentáculos convocados por Marie volvían a apretar. En realidad, no le importaba la vida de Fred, solo ocurría que le molestaba no poder poner nombre a la gente que mataba. No le parecía personal.
La puerta trasera estalló, y un tipo alto y negro, vestido como un pobretón, entró en la casita de campo, con restos de madera y cristales volando a su alrededor. Marie se rió jovialmente.

― ¡Eres el chiquillo de Cotton! Debería de habérmelo imaginado. Cotton no debería haberte confiado una pistola con munición tan valiosa, me has dado justo lo que necesito para acabar esto con facilidad.

La ofuscación de Cotton lo hacía difícil de ver, pero Marie era una Lasombra, y los Lasombra no tienen ningún problema distinguiendo entre las tinieblas. Marie alzó el arma y disparó seis veces, lo suficiente para detener a Cotton pero no matarlo de inmediato. Quería jugar con él.

Las balas alcanzaron a Cotton mientras él corría hacia Marie. Ni siquiera lo frenaron. El malkavian, por su parte, alzó una estaca que llevaba en la mano derecha y se la clavó con fuerza en el centro del pecho. El impacto, la sorpresa, fueron tan grandes que los tentáculos sombríos se disolvieron, liberando al neonato. Marie estaba inmovilizada, y acabada, pero consciente. Incluso pudo girar la cabeza y mirar a Fred.

― ¡Me dijiste que eran balas de plata!

― Te mentí. Te necesitábamos confiada, para que no escapases de inmediato cuando Cotton viniera a por ti.

― Pero esta bala ― dijo Cotton, sacando otro revólver y apuntándola a la cabeza ―, sí es de plata.

Un disparo, y luego nada.

Impresionante el trasfondo,¿tendrá continuación? ,lo digo para enlazarlo con la historia de Héctor Ruiz , se conocen en el Nueva York de los 80 , cuando este es un yuppie de la bolsa y a la vez un famoso asesino que levantó polémicas y atrajos a muchos fanáticos de la conspiración.

Pues no pensaba hacerle continuación, pero vale. Si me das algunos datos, yo me pongo a ello.

Mejor espera cuando llegue a la época ochentera de Hector Ruiz , más que nada para enlazar las historias , ya que los pj se conocieron en esa época y siguen hasta hoy.

Ok.

Guaaaaauuu, no veía tanatas letras juntas desde que una vez leí un libro.

Por cierto, esto va muy lento hoy ¿demasiada gente a la vez?

jajajaja Guty siempre poniendo el tuque de humor jajaja.

Es imposible que ayer fuese lento por estar "demasiada gente a la vez" porque para que pasase eso tendriamos que haber estado conectados a la vez varios miles, y aun así dudo de que fuese lento. Nunca sabremos que pasó, aunque supongo que habría sido algún problema del servidor, es lo más lógico.

Es posible , porque nunca había pasado esto antes ... y menos estando conectados unos cuantos.

Javier, creo que había alguien gritandole al servidor,ya sabes que así baja el rendimiento (CHW)

jajajajajajaja, muy buena!!!!!

Corramos despavoridos en círculos.

Iosu escribió:Corramos despavoridos en círculos.

Mierda!!! no tenemos ese emoticono ¬¬

Aquí va una lista de las cosas en las que Fred cree a pies juntillas:
- El asesinato de Kennedy fue encubierto por el gobierno para ocultar el hecho de que los mariachis mejicanos controlan el negocio de las fundas de salchichas.
- Las hormigas planean dominar el mundo a través de la televisión por cable.
- Todo aquel que dice "qué hay" en vez de "hola", es en realidad un sintoísta camuflado.
- Los extraterrestres no existen, son los padres.
- La seguridad social americana sólo sirve para financiar el terrorismo Japonés.
- China en realidad es un planeta.
- La gente con el pelo rojo tiene tendencias explosivas.
- El actual presidente Barack Obama es Elvis tras varias operaciones de cirugía estética.
- Dios es una mesa camilla en una residencia de New Jersey.

Iosu, no se si te das cuenta... pero algunas de esas cosas pueden suponer un handicap para el personaje, como los defectos, solo que esto no te da puntos!!!!

No, si se juegan bien. Además, siempre puedo inventarme chorradas, convencer a la gente de ellas y con ello ganar puntos de fuerza de voluntad como pedagogo. Tengo manipulación 5, así que no es muy difícil.

Ah, bueno, eso está bien entonces.

El que le supongan un handicap o no en la aventura lo decidiré yo como master , pero tal y como dice, el puede hacer convencer a la gente de estupideces o generar desconfianza para ganar puntos gracias a su manipulación .

Por cierto , he decidido hacer una partida en navidad como ya sabeis , ¿os iria bien el 28 o 29? , me figuro que esos días estaremos montando las cuádrigas , pero se pueden echar un par de horas a la noche , os prometo que será una partida escrita y preparada por mí , así que no habrá excusas para aburrirse o dormirse EJEM , jajajaja.

Prefiero el 29 que el 28.

Si todo el mundo está de acuerdo la haremos el 29 .

Por mí vale.

De acuerdo pues el 29 , por cierto Iosu , ¿aparte del policía tienes algún contacto más? , otra cosa , ¿cuanto tienes en la habilidad de armas de fuego?